miércoles, diciembre 29, 2010

30 días: Día 27 - La persona más amigable a quien conociste sólo por un día

Persona más amigable a quien conocí por un día... no soy mucho de conocer gente y así de la nada llevarme bien con ellos. Ha pasado, sí, pero tampoco es común. Se me ocurren dos ejemplos:

a) Niña francesa en Las Vegas. No hay mucho qué hacer en Las Vegas si eres menor de edad. Excepto encontrar los arcades del hotel y jugar ahí mientras los adultos van al casino. Eso hicimos mis primos y yo en alguno de los viajes a Las Vegas que nos tocaron entre los 8 y 12 años. Estábamos, creo, en el Excalibur y bajamos a su área de juegos (que creo es la más grande en los alrededores). Ahí empezamos a atacar a las maquinitas de premios y yo me dediqué especialmente a una de "garra" para sacar peluches. Había otra niña rondando, una güerita francesa que si no me equivoco se llamaba Michelle. Misma edad, más o menos misma estatura. Estuvimos jugando varias horas, medio entendiéndonos en inglés y compartiendo las ganancias. En algún momento tuvo que irse, o yo tuve que irme... no estoy segura. Me cayó muy bien y nunca se me ocurrió preguntarle si se quedaba en ese hotel o si como nosotros iba de pasada. Por supuesto, jamás volví a verla. Probablemente nunca en la vida vuelva a encontrarla y si la encuentro, tal vez no me recuerde. Hoy el mundo me recordó que tengo una memoria demasiado amplia y que si yo recuerdo una cosa no significa que otra persona vaya a recordarla.

b) Taiwaneses. Había una vez un grupo de taiwaneses que vinieron a México por negocios. De entre ellos, dos decidieron caminar cerca de su hotel para buscar un sitio dónde cenar en su última noche en este país. Encontraron un restaurante llamado PECES (Tokio 52A, Col. Juárez) y entraron. Justo iba saliendo una muchacha mexicana, hija del gerente, que ya se iba a casa. Los taiwaneses no hablaban español y medio masticaban el inglés; en el restaurante no tenían ni inglés suficiente ni taiwanés para comunicarse con ellos. La muchacha se quedó a traducir el menú. Eso se convirtió en la llegada de un tercer taiwanés y una cena muy divertida en la que no comí nada pero aprendí mucho. Uno de ellos me escribió por correo electrónico para desearme una feliz Navidad. Tal vez no todas las memorias se olvidan.

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