La noche de un día difícil. Llevo desde que empezó esto buscando por dónde desviarme hacia la Comunidad de San Fernando. ¿A quién conozco que esté pasando por un momento difícil? Seguro a muchas personas que en esta Navidad perdieron a alguien o extrañan a alguien o algo les sucedió y convirtió estas fechas en una temporada triste, molesta, trágica. Merecen palabras de aliento, abrazos y cariño. En Noche Buena, sin embargo, mi mente se fue hacia un grupo de jóvenes con quienes conviví mucho el semestre pasado. Naturalmente, como en el 80% de las conversaciones largas que he sostenido en los últimos cuatro meses, terminé hablando sobre mis alumnos de San Fernando. Final de la cena navideña y tenía a mi cuñada, mi hermano y mis papás escuchándome contarles acerca de los jóvenes a quienes impartimos un taller de animación a la lectura como parte de la materia Responsabilidad Social y Ciudadanía.
No puedo evitarlo, mucho me recuerda a ellos. Especialmente en Noche Buena, cenando, me puse a pensar en cómo estarían pasando la noche. ¿Fueron a verlos sus familias? ¿Qué cenaron? ¿Pudieron darles algún regalo? ¿Es la primera Navidad que pasan en la correccional? ¿Es la última? Les conté sobre Juan, Granados, Jonathan, Alan, Christopher... un poco quienes podríamos decir fueron nuestros "favoritos". Ellos le dieron vida al taller, primero Juan y Alan como los únicos asistentes constantes (a veces los únicos asistentes y punto), leyendo, conversando, escuchando. Intermitente al principio y después siempre ahí "El More", un muchacho muy talentoso para el diseño y para el dibujo. Granados y Jonathan, que literalmente le devolvieron el oxígeno a la dinámica; cuando se integraron estábamos decepcionados, sentíamos que casi no valía la pena estar ahí, pero con ellos todo cambió, nunca sabremos bien cómo.
Aldo, José Alberto, Jorge y yo llegamos a la Comunidad sin saber bien a qué íbamos. Yo estuve ahí el año anterior, haciendo un reportaje para Trecho; eso fue lo que me inclinó a elegir esa opción para el servicio social: ya había estado ahí, el tema me había interesado profundamente. Esta vez iba más temerosa de lo que mostré. No sabía a qué nos enfrentaríamos y quise pretender que era más valiente de lo que soy. La verdad es que estaba aterrada las primeras veces que me tocó entrar sola y cruzar el inmueble y luego el patio hasta el salón. Ya después agarré más confianza, conforme conocimos a los guías, a los encargados de patio, a los chavos del taller y a otros que vivían ahí y que cada lunes y martes nos veían pasar. Empezaron a ubicarnos y nosotros a ellos. Hubo un muchacho que siempre que me lo encontré me saludó de mano: "Hola maestra", y nunca supe quién era.
No son malos. Al menos de entre quienes estuvieron con nosotros en el taller, esos cinco que nombré, en el fondo (y a veces bastante al aire) no son malos muchachos. Algunos están ahí por una decisión errada, otros por "lugar equivocado, momento equivocado", otros porque la vida no les dio más opciones. Cada uno llegó por una cosa diferente y cada uno vive la experiencia de manera distinta. Siempre nos trataron con respeto. Al principio fue difícil ganarnos su confianza y su franqueza, pero eventualmente lo conseguimos. Sinceramente, los extraño. Me acostumbré a verlos dos veces por semana desde septiembre hasta finales de noviembre. Conviví más con ellos que con la mayoría de mis amigos en los últimos meses pre-vacacionales. Les agarré algo de cariño. Al final dos de ellos me regalaron una pulsera tejida. No sé quién la tejió, pero me acompaña desde ese día.
Tal vez en el ramo de la lectura no avanzamos mucho. Leímos completo "El Principito", dos de ellos se quedaron libros míos con historias de terror y uno se llevó varios volúmenes. Hubo cuentos, leyendas, chistes. No los transformamos de la noche a la mañana en ciudadanos modelo, pero quiero creer que contribuimos a su formación, que el taller sirvió de algo, que tuvo efecto en ellos. Son casos excepcionales. Uno queda libre a finales de enero, otro en agosto, los demás en algún punto de los próximos dos años. Me intriga y preocupa saber qué les sucederá. Quisiera poder buscarlos después, verlos de lejos, asegurarme de que encontraron una mejor manera de vivir. No sé no involucrarme. Quisiera no hacerlo, pero me es natural. No puedo ni quiero olvidarlos.
Si alguien de ustedes tiene la posibilidad de inscribir servicio social el próximo semestre, ya sea a través de una materia o porque necesitan cumplir sus horas reglamentarias, les suplico consideren la opción de San Fernando. Muy probablemente no les tocará conocer a este grupo de chicos (aunque ojalá un equipo continúe el trabajo, prometo acompañarlos la primera vez), pero hay casi 500 viviendo ahí. Adolescentes de 13 a 22-23 años que pasan por un momento terrible. Sí, están ahí por algo. Sí, violaron la ley. Sí, cometieron un crimen o un delito o como quieran llamarlo. Sí, el sistema penal mexicano es una cosa rarísima e injusta. Sí, están ahí para reintegrarse a la sociedad. No vamos a lograr eso juzgándolos más allá de lo que ya han sido juzgados. Atrévanse a conocer sus causas, sus motivos. Algunos son padres que extrañan a sus hijos con toda el alma. Algunos eran el sostén de su familia. Algunos crecieron en un ambiente donde delinquir era lo natural, el camino a seguir. Muchos no sabían que existe otra forma de vida. No justifico sus acciones, pero sí les pido que se quiten tantito el velo y se permitan comprenderlos, o al menos intentarlo. No es sencillo, pero algunas de las mejores lecciones de vida no lo son.
Dense la oportunidad de cambiar su perspectiva.
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