Diciembre, 1942.
México, D.F.
Para Nicolás Urelle, 23° División de la Real Fuerza Aérea (RAF).
Londres, Inglaterra.
Pasan los meses y no puedo borrarte. Pasan horas, días y semanas desde la última vez que tuve noticias de ti. Y no puedo dejar de pensar... en tu aliento, en tu nariz encorvada, en la cicatriz que marcaba tu cara. Ni te escucho ni te veo. Pero sigo soñando cada paso que das. Sueño que vuelves a casa un domingo en la tarde, entras y saludas a mamá, llegas a mi cuarto y llamas mi nombre y me besas y abrazas como lo hacías cada mañana antes de entrar a clase. Sueño que suena el teléfono y contesto y me cuentan que has muerto, que esta vez no vendrás de regreso. Huelo por toda la casa tu escencia, me persigue por la ciudad y la escuela. De vez en cuando una lágrima solitaria llega a la punta de mi nariz. De vez en cuando me decido a releer los borradores de las cartas que te mandé y que quizá nunca abriste, que tal vez nunca recibiste. Mis amigas me cuentan cómo sus padres y hermanos han vuelto de la guerra, cómo sus novios las besan otra vez, tras meses de larga espera... A veces se callan y me miran apenadas, su alegría sólo atiza el fuego de mi agonía. Tengo fe, esperanza en que has de retornar por el camino de piedra que rodea el jardín y me encontrarás sollozando frente al cerezo y me sorprenderás con un beso cálido y revitalizante. Entonces mis sueños se volverán más reales, tus manos se unirán a las mías y se lo dirás a mamá, que tan triste está por papá y por mi único hermano. Quizá un hombre haga falta en casa, quizá cuando nos casemos mamá esté más tranquila sabiendo que un hombre nos protege. Pero el mundo no se vive de quizás y de tal vez, lamentablemente, los sueños no traen pan y carne a la mesa ni leche a las alacenas. Quiero verte una vez más, recorrer con la yema de mis dedos los zurcos de tu frente, las heridas de tu espalda, esa cicatriz tan rara... Cada noche rezo por tu salud, por que los ejércitos a los que te enfrentas sean pronto derrotados y puedas venir conmigo a la plaza a comprar galletas a la señora de la canasta o a mirar jugar pelota a los niños de la manzana. Por favor, responde esta carta... si recibes esta hoja sabrás que en ella deposito no sólo unas gotas del perfume mío que tanto te gusta, sino mi corazón entero. Te amo y te extraño y te envío la fortaleza que me queda para que te acompañe en la batalla. Y si la dama de negro decidiera encontrarte muy lejos de casa y por ende, de mis brazos, piensa en mí, en tu niña de ojos grandes que espera cada instante volver a mirar dentro de los tuyos y leer tu alma.
¡Ánimo! Lo peor ya ha terminado, no podemos sino avanzar...
Con amor y la más sincera ternura,
Ariadne...
Cientos de cartas como ésta son enviadas a cada soldado en cada guerra: en la IGM, en la IIGM, en la Guerra contra Irak, en la guerra de Palestinos e Israelíes, en todas y cada una... esta es una burda imitación... pero deberíamos reflexionar. ¿cuántas madres, novias, hijas quedan solas debido a la ambición de los gobiernos? ¿cuántas van ya? ¿cuántas faltan?
Depende de nosotros, de los jóvenes, crecer y aprender de los errores de nuestros ancestros.
NO MÁS GUERRAS
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