Hay formas muy sutiles de pedir perdón... como el café que te dejo de madrugada ya listo en la cafetera. O el silencio que antecede a un beso tuyo en mi frente. Aunque suene extraño, me gusta cuando peleamos, porque siempre tras gritarnos o no hablarnos suceden movimientos estelares inesperados. A veces te acercas y desde la puerta te siento entrar, y hago como que no te oigo o no me fijo y me soplas un poco el cabello, entonces te miro y eres de pronto descanso eterno. También pasa que cuando te hago enojar por algún olvido, lloro triste, encerrada en el baño, para salir en unos minutos a enmendar el camino.
Te perdono todo cuando te veo llegar a casa, cansado, y saludas al perro y me gritas "¡Espejo!" y abandono lo que sea que esté haciendo para correr a tu encuentro. Te perdono en la alcoba apagada, que cierras la ventana azotando las persianas, te perdono cuando te metes entre las sábanas y pones tu mano en mi mano callada. Te perdono que lluevas en mis días de sol, cuando frotas tu nariz en mi hombro y suspiras "te quiero". Te perdono los labios marcados por el constante veneno que tu voz exhala en las tardes frías de enero. Te perdono cuando hablas de tus deseos y de tus sueños y no vacilas en hacerme parte de ellos.
Te pido perdón cuando te grito desde arriba que "¡se te olvidan las llaves de la casa!" y tú volteas y me sonríes y me perdonas, y atrapas el llavero que ya lancé hacia tu cara... perdonas que mi puntería sea tan mala. Perdonas mis desplantes de nana y aunque me discutas primero terminas abrazándome y llamándome "amada". Perdonas que se me haga tarde y me dé la vuelta cinco veces antes de salir a la calle. Perdonas que de noche me levante por un vaso con agua y sin querer te despierte al tropezar con lo que sea que dejamos en el suelo o que el perro tiró en la entrada.
Por eso cuando discutimos no me altero, ni me pierdo. Por eso siempre que estás en la oficina te llamo y te describo un beso. Y así en la tarde, cuando volvemos a vernos, me acomodo a tu lado y me acurruco en tus brazos. Contigo mi universo es siempre bello, contigo nunca siento celos, contigo no existe el solsticio de invierno. Hay formas muy sutiles de pedir perdón... pero cuando sólo quererte no basta, me arranco el orgullo, me busco en tus ojos y murmuro en tu boca, con tus labios fruncidos de crudo dolor, "Perdón, te amo, no fue mi intención...". Y pronto en tu alma me encierro, y pronto en la mía te escondes... ahí en ese rincón donde tú y yo somos eternos.
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