Algún día, en algún momento de mi vida, encontraré a un hombre y nos enamoraremos. Eventualmente nos lo diremos y decidiremos casarnos. Tendremos hijos y una bella casa con jardín. Envejeceremos juntos, veremos crecer a nuestros niños y llegaremos a abuelos. No sé bajo qué circunstancias, ni sé cuándo exactamente. Es una de esas cosas que uno desea que se cumpla. No es un sueño, pero tampoco es una certeza... Es diferente a mis predicciones de muerte, pues aquéllas eran algo más como corazonadas, corazonadas que sentí quemando mis entrañas.
Hace tiempo que no me cercena el corazón una de esas terribles realidades. Les creo completamente. Son difíciles de explicar a quien no las ha vivido. Es como si una daga te rasgase los pulmones, quitándote el aire por un segundo. Es un hielo deslizándose por tu espalda, como la respiración de un muerto. Es el crepitar del fuego en la hoguera de una pasión pasajera, justo cuando el último leño deja de arder y se convierte en ceniza. Es la luz repentina que antecede al trueno en las noches de tormenta, y alumbra durante un instante el presente, el pasado y el futuro. Es todo y es nada... es una nube ocultando a la Luna.
Suceden en momentos inapropiados e inoportunos, como cuando intentas concentrarte en clase de historia. Aparecen en lugares absurdos, mientras finges dormir mirando por la ventana hacia las estrellas durante un viaje en carretera. Jamás en las largas noches de insomnio, o en las cálidas tardes de agosto. Siempre iguales, brotan como una chispa en el fondo del alma. Es inútil tratar de evitarlas, no se someten a juicio o ley. Son libres, vuelan por el mundo buscando el nido del que escaparon alguna vez, en el principio del tiempo...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario