Quiera la avenida tragarte al caminar.
Los periódicos llorarte, lagunas de tinta
sobre la primera plana.
Quieran los semáforos callar,
avivar el caos de la ciudad.
Debieran las rocas sangrar,
kilómetros de parafina,
centurias de polvo de mar.
El universo despertar
las hojas pintar cédulas
memorándums, ultimátums
pizcas de espuma de azar.
Te arrastras,
las llagas supurando ginebra
tus lágrimas sellando grietas
desde mi celo cirrótico de Paz.
No te acabas
ni te alejas
ni cierras la puerta de todos los labios que ríen
y lloran y te besan
menos los míos...
los míos que dibujan en el aire
tu nombre
tus letras
tu piel de sirena
cubierta de escamas que envenenan
[como]
Tus enigmas de esfinge
y la dulzura sádica de tu cadera,
mientras se me laceran las letras,
se me convierten los dedos en maletas
malezas y alacenas
y de las uñas me nacen látigos cargados de alquitrán.
[porque]
Nadie jamás, nadie siempre
nunca ni juntas ni dispersas
ni embaladas ni discretas
sólo los ojos de Ifigenia
mirándome desde tu rostro sin estrellas
bajo el manto áspero
de tu cariño aderezado
enderezado
enrevesado
alegórico
categórico
sublimado
esmerado
acto de devoción posmoderna
donde tú te ocultas a la vista de mis flaquezas
y yo, desierta, me rebano el cuello
con ramitas de azucena.
Mariposa nocturna
cubierta de espinas y pintada de seda
viuda negra sacramentada
madre de mis pesadillas
bruja
hechicera
Sodoma de mis entretelas
Calígula de todo lo hermoso
en un mundo de latón revestido de plata
y nunca tuyo, ni mío
pero eternamente insípido
si no son tus espejos
mi asfalto, mis ilusiones,
si no eres tú, Sísifo,
el mejor de mis errores.