sábado, marzo 08, 2014

Butch y yo

Sobre mi perro y lo mucho que lo quiero, a pesar del estrés infinito que me ocasiona.

Creo que nunca les he contado la historia de Butch. Todo comenzó cuando murió Akira, una pit bull color chocolate que estuvo en mi casa durante más o menos 12 años. Nunca fui una gran ama, Akira era grande y yo era bastante niña y me daba miedo salir a jugar con ella. Era una perra llena de energía a la que no le dimos todo lo que necesitaba. Lo intentamos. Cuando mi hermano se mudó (él la trajo a casa) y ella se quedó con nosotros, mis papás siempre se aseguraron de que Akira tuviera alimento. Pero ambos trabajaban y yo siempre estaba en la escuela, así que no tuvo suficiente ejercicio. Nunca la maltratamos y siempre que necesitó atención médica la llevamos al veterinario –cosa no muy fácil siendo una de las perras más fuertes y ágiles que he conocido. Pero con todo, no fuimos los mejores amos y no estoy orgullosa de ello, de hecho me avergüenza no haberle dado más, no haberle dado lo que merecía. Era un animal hermoso que podía saltar más de un metro para asomarse a la calle por la reja del patio delantero. Se subía a la lavadora y asomaba la cabeza por la ventana de la cocina. Nunca me mordió, pero la única vez que intenté pasearla sola me arrastró por la banqueta unos 10 metros –y con 'arrastró' me refiero a 'rodillas raspadas por el piso'. Y con todo, la quise mucho. No tanto como debí.

Dormimos a Akira en enero del 2010. Fue intensa hasta el final, no dejaba que le pusieran el bozal para aplicarle la inyección. Estaba muy enferma y ya no podía mover las patas traseras. Se puso flaca y se deterioró en menos de una semana. Creemos que fue cáncer en los huesos. Yo regresé de la escuela esa noche y encontré a mi mamá intentando sacarla de su casa, pero Akira ya no podía moverse sola. Fue un drama. Fue horrible. Fue traumático. Eventualmente conseguimos que mi hermano viniera a ayudarnos a llevarla con un doctor. Cuando regresamos de la clínica, yo podía seguir escuchando sus ladridos desde mi cuarto, que está justo arriba del patio donde han vivido los perros de esta casa. Durante días y noches podía jurar que ella seguía ahí. Nunca va a dejar de dolerme haber estado sentada en el piso de ese patio, sosteniendo a la pit bull más fuerte del mundo, diciéndole que pronto todo estaría bien y pidiéndole que me perdonara por no ser la ama que debí ser para ella. No se si algún día volveré a sentirme tan triste, decepcionada y avergonzada al mismo tiempo. Le prometí que si volvía a tener un animal de compañía en mi vida, sería mejor de lo que fui.

Crecí habiendo siempre mascotas en casa. Cuando nací había una maltés gruñona que dejó de quererme en cuanto empecé a caminar e invadí su territorio. Tuvimos tortugas a las que cuidé hasta que "se las llevaron a una granja donde serían más felices". Periquitos. Peces suicidas (no es broma). Por primera vez en mi vida no había un animal esperando al volver a casa. Pero estuvo bien, porque durante meses creí que nunca tendría derecho a darle un hogar a otro ser vivo. Hasta que algo cambió y entendí que uno no va por la vida huyendo de sus errores. Uno aprende y se levanta. Decidí que debía intentarlo de nuevo, que podía lograrlo. Y procedí a mencionar –constantemente– que quería un perrito.

Un año y medio más tarde, el 31 de mayo de 2011, mi papá me envió un mensaje de texto antes de regresar a casa de su trabajo. Decía "Te llevo una sorpresa". Algo en mí lo supo. No se cómo, pero lo supe. Mi papá se bajó del taxi con una caja de cartón en las manos y adentro de la caja estaba una bola de pelo negro con un listón rojo en el cuello. Traía colgando un cascabelito plateado. Es lo más bonito que he visto en mi vida.


El cachorro no sabía ladrar y tenía como seis semanas de edad. Fuimos al supermercado que está frente a mi casa para comprarle una pelota, un plato, una cama. En el camino decidimos cómo iba a llamarse. Desde que leí Harry Potter y el Prisionero de Azkaban (hace unos 12 años) había querido tener un perro grande y negro para llamarlo Sirius. Años después pensé que sería genial tener un pug negro para llamarlo Toro. Mi papá se aseguró de que si un día traía un perro a casa, sería negro. Pero no se llama Toro ni Sirius (el segundo porque mi papá opinó que estaba muy complicado pronunciar eso cada vez que le diéramos órdenes al perro). Lo nombramos "Butch". Como el personaje de Paul Newman en Butch Cassidy and the Sundance Kid (mi western favorito). Butch. Una sola sílaba.


Esa sílaba representa a un ser vivo que depende de mí. Un perro gigante que fue una cruza terrible (labrador + terranova, not a great idea) y fue el más débil de su camada. Es grande, parado en dos patas sus ojos quedan al nivel de los míos. Tiene tres capas de pelo (de abajo hacia la superficie: blanca, café, negra), la superior es impermeable y eso evita que note cuando empieza a llover – quiere seguir jugando aunque yo sí me moje. Cuando tenía como tres meses de edad se mordió la punta de la cola hasta que la hizo pulpa... no le pusimos el cono de la vergüenza, le curaron la cola, pero no volvió a salirle pelo en ese trozo: la punta de su cola (unos ocho centímetros) es como la de una rata. Le sobra un dedo en la pata trasera derecha, dedo completo, con todo y uña. Tiene cicatrices en el hocico porque es alérgico al pasto y podría tener una enfermedad autoinmune para la que debo hacerle estudios. Cada cinco o seis meses se enferma de algo serio, siempre cosas distintas. Su veterinario le ha salvado la vida más de una vez. Es dócil y sociable con la gente, pero le tiene miedo a los perros pequeños. Sus ladridos son muy fuertes porque tiene una gran caja torácica. Come saludable y está medicado de por vida para que sus intestinos funcionen correctamente. Le gusta el caldo de pollo y le gustan las galletas. Ha padecido gastritis, bloqueo intestinal, alergias, you name it. No sabe hacerse el muertito pero sí sabe hacer high five. Le gusta jugar con nosotros a atrapar la pelota, pero no entiende el concepto de regresarla, así que lo sobornamos con un hueso de caucho. No ha aprendido a atrapar un frisbee. No le gusta bañarse, pero se deja. A veces cree que es un gato y se me embarra en las piernas o se sienta en mis pies. Me espera cuando salgo y me delata si regreso muy tarde. Intuye cuando voy a viajar y me extraña si me voy, así que cuando vuelvo es muy feliz. Es muy listo. Pero también es muy bobo. En su primer cumpleaños le di de comer pastel y vomitó. No volví a darle pastel para comer. Tiene una cara expresiva y sabe cuando estamos hablando de él. Se acuesta en el escalón de la puerta de la cocina, para acompañarnos en la cena o en el desayuno. Sólo se mete a dormir a su casa cuando ya nos subimos a las habitaciones. Cuando tenía un año me dejó disfrazarlo de punk para un concurso de disfraces. Le gusta perseguir moscas. Sabe que debe sentarse para que le Me pone una pata sobre el pie cuando quiere que me quede con él. Y siempre, invariablemente, me da la pata aunque no se la pida. No se qué quiere decir con eso, pero sospecho que es algo bueno.

Butch es un perro feliz. Tiene una familia que lo quiere y que lo cuida. No todos los perros tienen ese lujo. Butch me ha enseñado que puedo ser una mejor persona. Desde que lo tengo he empezado a rescatar perros y gatos y a conseguirles hogar. Aprendí a valorar a los animales de forma distinta. Ha unido a mi familia de una forma que no creí posible.


¿Por qué escribo esto hoy? No es una fecha importante ni es un aniversario. Hoy escribo esto porque estoy preocupada y tengo miedo. Butch es un perro muy fuerte, pero podría tener una de varias enfermedades degenerativas. Llevarlo a consulta es un drama porque es muy grande y aunque no es hostil tiene miedo y ladra y gruñe y asusta. Hace meses tuvieron que someterlo entre tres personas para sedarlo y poder sacarle radiografías. Una vez dejó de respirar en la mesa de procedimientos y tuvieron que suministrarle oxígeno. Podría tener lupus. O pénfigo. Ninguna es curable. Hoy tiene un dedo hinchado. Podría ser cualquier cosa.

Mi perro es el más bonito del mundo. Y pase lo que pase, vamos a estar juntos hasta el final.

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