jueves, julio 30, 2009

Si la nota roja hablara...

¿Arrepentimiento? No, eso no sirve conmigo. ¿Compasión? Tampoco. 

Cólera. Furia. Ira. Rabia. Enojo. 

Duda...                                                           
perhaps.

Como el clin-clin-clín del agua en mi espalda. Frío: el pavimento es mi cama helada. Comezón en la punta de la nariz, no alcanzo. El alambre me corta la piel de las manos (Podría, sin embargo, rascarme el coxis, a la altura de donde se cruzan mis brazos). Un breve parpadeo. No soy yo, es el farol quebrado a un par de metros. YO ya nO parpadeO.

Pasitos. . . . . . _ . . . _ [si pudiera respirar, suspiraba] ¿ayuda? no. rata. Señora Rata. Con ratoncitos. Quién dijera... ayer pude ser una princesa. Ahora me miro a mí ya-no-yo-misma desde la otra esquina. Acurrucada entre chatarra. Bocabajobocabierta+maniatada+semivestida. Empapada. Clin-clín las gotas del canalete sobre mi espalda. Triste. Si pudiera, lloraba. 

Pero ya no me salen las lágrimas.

lunes, julio 27, 2009

Reencuentro (esa inspiración madrugadora)

Camino entre rocas, casi flotando sobre alfombra azul. Se dispara una alarma, ¿fuego? No… las paredes tiemblan, una nube me atrapa mientras intento alcanzar el interruptor. Si lo toco las sirenas guardarán silencio. Y recuerdo tu voz en el viento, “no, nunca atiendas el canto de las sirenas”. Lucho contra las ramas, el bosque me ahoga, las rocas me cortan la piel, casi lo alcanzo. No puedo respirar. Un dedo, con una yema basta. Resbalo, me estrello contra el suelo y el corazón se me abre en mariposa, como camarón frito. Abro los ojos, la alarma no se calla. Huyo de las cobijas y levanto mi teléfono celular, la pantalla encendida, foquitos titilando, llamada entrante. Contesto.

“Hola, ¿cómo te encuentras?”
Quiero vomitar. Ésa sería una respuesta sincera.
“Bien, gracias ¿y tú?”

Miro el reloj, la hora de las brujas. Tu cara del otro lado del teléfono se me presenta opaca, no distingo los rasgos; pero tu miserable sinfonía me retumba en la espina como un escalofrío consciente. Conversamos. No sé qué dices, yo todo lo respondo en piloto automático. Quizá hubo un abrazo, saludos, tal vez sólo un adiós. Trivialidades. No siento el mundo, únicamente el tirón de la sábana enredada en mis pies y el contacto del auricular en el lado izquierdo de mi cara. Hacía por lo menos dos años que no te escuchaba. Podríamos encontrarnos en la calle sin reconocernos, a lo mejor coincidir en la fila del súper sin darnos cuenta. Pero el tono, la inflexión, el ritmo, incluso la estática… pasan los años y es una huella que no se olvida. Embona tu tempo con mi oído. No puedo respirar.

“Hasta pronto, cuídate mucho”

Se dispersan tus palabras antes de tocarme. Cuelgas. Perplejidad. ¿Sorpresa? Más bien desconcierto. Lo intento pero no me duermo. Me levanto y camino hacia la puerta. No, tú no. Todo vuelve despacio. Auto. Alcohol. Las tres de la mañana ya no son la hora de las brujas, son la hora del diablo. Asfalto. Nunca atiendas el canto de las sirenas. Tu voz deshojándose en la oscuridad. Dos años. Cruces. Flores blancas. Sirenas. Asfalto. Alcohol. Auto. Tu manejas. De pronto ya no. Alfombras azules. Sombras negras. Sangre. Tu sangre. La mía. Dos años. Sorpresa. Tú no. Intento despertar, no puedo. Las cobijas me atrapan, me sofocan. Una alarma, ¿fuego? Y cada sílaba en el viento, apretando, exprimiendo mi tráquea. No puedo respirar. Solamente percibo el sonido incesante de un rezo. Tu voz, tu voz en el viento.

miércoles, julio 22, 2009

amor 16

No me malentiendas
soy una persona distinta
de quien tú siempre creíste
podría vigilarnos detrás de la puerta.
5, 13, 20: gran diferencia,
tú tampoco dejaste de cambiar.
Está bien que abras la ventana
déjate llevar
cae, cae
cae
levántate y vuela
tus alas ya no dependen de alguien que no seas tú.
No de mí, al menos estoy segura.

Al diablo la espera:
entiende, no somos la misma persona.
Suelta el barandal, deja volar la cometa.
Play, stop, play. No más rewind.
Fast-freaking-forward.
Ahora, desde hace días y meses.
No me importa si no lo quisiste así
si no lo viste venir
o si necesitas una explicación.
No me llames cruel,
llámame realista.
Yo no estoy contigo y tú nunca estarás acá.
Mírame desde el otro lado del cristal,
encerrada en mi cajita,
la misma sonrisa de sesión fotográfica,
la ropa descolorida (si la vieras hoy),
el tuiteo congelado en el próximo clic
que no darás, porque ya abriste la caja
sacaste el disco
lo metiste en la computadora
y ahora esperas, buscas,
señalas.... play,
play interminable.
Play que te desviste y te llora
te acuerdas de mí, de todo,
de tanto negocio frustrado.
Cierra los ojos y sigue escuchando,
Dios, suena tan limpio.
Las segundas oportunidades nunca se sintieron tan bien.

domingo, julio 12, 2009

La casa clausurada

La casa clausurada. La cocina vacía. Los cuartos invadidos por cajas. Un monte de muebles desechados adorna la banqueta. Sin testamento, sin nota suicida. Única señal: las llaves y el llavero pegados a mi puerta con cinta de aislar. 
Despierto esta mañana, día común, salgo al pasillo de mi piso. Una cruz negra a la altura de mis ojos. Instante de pánico. Reconozco la trenza de cuero, ¿para qué me dejaste las llaves de tu casa? Pregunto al velador si te ha visto, sonríe: claro, me dio gusto que el joven viniera a visitarla. Gracias, ¿a qué hora? Hace como dos horas. Gracias.
Llego a la calle, recorro la banqueta y ahí está todo. Sillones rasgados, una mesa coja, el burocito de al lado de tu cama, revistas destripadas, vidriecitos de colores. Aspiro, doy algunos decididos pasos hacia la puerta cerrada. Los vecinos me observan, pretenden no mirar. Entro.
Falta casi todo en el piso de abajo. ¿Te lo habrás llevado? Subo. Donde hubo un estudio descansan cajas de libros, tienen etiquetas con mi nombre y dirección. Tu recámara; más cajas: discos, otros libros, un florero marchito. Todo lleva etiquetas y lazos con mi nombre y dirección. En la pared cuelga un cuadro de papel bond. Lo arranco, lo desdoblo...
¿A dónde has ido? ¿por qué me dejas estas cosas? Cargo todo hasta mi Chevy, un par de viajes al menos. Manejo sin soltar el cuadrito infame, la hojita pseudo-inocente. El velador me ayuda, vacío la cajuela y los asientos. Regreso a tu no-casa. Vuelvo a cargar. Muerdo la hojita con rabia, con tristeza, con duda. 
Nadie pregunta, nadie sabe. Asumen cualquier posibilidad, olvidan pronto. Yo vivo mi vida, trabajo, como, voy al cine, de vez en cuando saco uno de tus libros, leo atenta o paso las páginas sin mirarlas. Uso de separador el cuadrito infame. Cuando no, lo hallo en la bolsa del pantalón o en mi cartera, siempre cerca, atento, acechante. A veces suspiro irritada, lo saco, lo desdoblo, lo leo: "Una sonrisa".
Entonces le reprocho furiosa: ¿Te parece?

sábado, julio 11, 2009

Leer como el metro

Página 5, página 10, página 43. Lee a una velocidad brutal, pero no pierde detalle. Página 87, página 122, página 201. Avanza con las estaciones de la línea 2 del metro: 3 minutos por capítulo. Uno lo mira y cree que apenas ojea el libro, uno cree que juega. Error. 
Se trata de una relectura. Él no disfruta este particular encuentro entre prosa y miedo. La busca, frenético, en cada párrafo. En ocasiones se detiene; como si le apagaran la luz a mitad del túnel, frena. Regresa unas páginas, parpadea. Nada. Arranca de nuevo.
Llegamos a Chabacano, transbordo. Me siento en mi lugar al fondo del último vagón y ahí está de nuevo. Lee. Ágil, atento... ¿grácil? Para, voltea, me mira. Susto. Sigue leyendo. Página, página, página, línea, línea, letra. (Punto).
Me levanto, sujeto la barra, me impulso. UAM-I. Salgo del vagón, miro hacia atrás para una última vista del lector del metro. Encuentro sus ojos detrás de mi nuca: bajó conmigo. Señala su libro, página 312:
"Página 5, página 10, página 43. Leo a una velocidad brutal, pero no pierdo detalle. Página 87, página 122, página 201. Avanzo con las estaciones de la línea 2 del metro: 3 minutos por capítulo. Ella me mira y cree que apenas ojeo el libro, ella cree que juego. Error..."
Página 313:
"Ella no deja de observarme. Percibo el dictado mental en su pestañeo. Transbordo en Chabacano, me acomodo, escaneo: ella está de nuevo ahí. Avanza conmigo, pero sin mí. Sigo leyendo. El metro para, UAM-I. Ambos bajamos en la misma estación. No me ha sentido, la detengo. Señalo mi libro. Lo mira... comprende."
Lo miro... comprendo. Ya no necesita leer: tanto buscar en las líneas del metro, por fin nos hemos encontrado.