La luz va y viene, me niega el placer, regresa para burlarse de mí. Ya no llueve, pero el rugido del refrigerador se chupa las migajas eléctricas que corren por la casa. El foco a media capacidad me mira agónico, luchón, con ganas de apagarse pero sabiéndose obligado a esperar. Yo no quiero bajar el switch.
Me quedo a oscuras. Un zumbido ronda la habitación, recorre el sistema nervioso del hogar. Suena a un millón de grillos llorando en la eternidad. Es mi señal. Me voy.