viernes, julio 20, 2007

Ichigo

La música salvaje de los violines, ella lo miraba a través de una cortina de lágrimas. El piano desgarrando sus notas, él trataba de elevar su voz desde el fondo de un abismo. Las manos se cruzaron en un vago intento por despejar la bruma que los separaba, muro espeso, invisible pero sólido como la duda. Los labios se movían en un desesperado ir y venir, las palabras se confundieron entre tanto ruido de copas y cubiertos. Era un adiós seguro, casi eterno. Probablemente cuando volvieran a verse, si es que los destinos les permitían reencontrarse, habrían cambiado lo necesario para no necesitarse.

- ¿Por qué salen las cosas así? - ella extrañamente dócil, apenas un murmullo abriéndose paso en la niebla.

- Porque no pueden salir de otra manera, - el cabello no cubriéndole los ojos, la mirada fija en una de tantas gotas deslizándose en la ventana, - tú te vas, yo me quedo, ¿creíste que nos acompañaríamos hasta el fin del universo? -.

- Lo prometimos, - se llevó una mano al cuello, como escondiendo un falso dolor de garganta, - siempre 
estaríamos juntos. Para toda la vida. -.

- Sabes que no puedo seguirte, - levantó del suelo la servilleta de tela, más para esconder su rostro que para recuperarla, - ¡qué más quisiera! No puedo abandonar mi vida por algo tan incierto, tú ya tienes el futuro 
planeado. ¿Qué parte de ese futuro es mío? -.

Una pálida sombra cubrió de moho casi diez años de relación. Súbitamente los recuerdos se fundieron en
rencores vacíos, las esperanzas volaron enloquecidas hacia el abismo, los ídolos rodaron al suelo desde sus pedestales. El crujir de sueños fue interrumpido por un amable mesero,

- ¿Está todo bien? ¿Puedo ofrecerles algo más? - no supo si congratularse por aligerar la tensión o vapulearse
por entrometido, - ¿Un buen vino quizá? -.

- No, gracias. Si pudiera traer la cuenta... -.

- De inmediato -.

Seguía goteando la lona sobre la acera, las luces de los autos reflejándose sobre el asfalto. Un último vistazo y se cierra la puerta del taxi, una mejilla húmeda de llanto y lluvia asoma tímida por la ventana. Efímero 
contacto de una yema al otro lado del cristal, el toque de queda para dos corazones solitarios.

Dos camas en puntos opuestos de la misma ciudad sin estrellas, dos espejos que recuerdan risa, dos tazas de café alzándose al mismo tiempo, una sola canción girando. Una mano sobre el teclado (al Este), otra mano con el bolígrafo aullando (al Oeste).

Un poema desgarrador callando.

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