El 22 de marzo de 2013, después de 12 años de existencia, My Chemical Romance se despidió de sus fans con un párrafo. Un párrafo. Cada vez que lo leo se me va un poquito el aire y me quedo sin palabras. No sé explicar cabalmente qué siento en la boca del estómago cuando voy en el metro, escuchando mi iPod, y a media canción llega esa claridad a mi mente: ya no hay My Chemical Romance. Esa banda que me significa tanto ya no hará música. Hay muchas formas de romper un corazón, pero cuando tu banda favorita se separa... ouch.
El fin de semana del 22 de marzo fue un asunto complicado, agridulce. Por un lado, el sábado conocería a la otra banda que me configura el mundo y por el otro unas horas antes del suceso: ¡PLAF! Me apachurraron el corazón con la misma rapidez con la que uno le pega a una mosca para deshacerse de ella.
Hacía semanas que no sabíamos más de los muchachos, que las fotos crípticas y las noticias de un nuevo estudio habían dejado de correr por Twitter. Se había apagado la chispa de Conventional Weapons y estábamos nerviosos, tensos, sabíamos que algo iba a ocurrir pronto y que no necesariamente sería bueno. Esa noche, la del viernes 22 de marzo, yo caminaba con mi madre hacia un puesto de tacos a la vuelta de mi casa cuando me llegó un mensaje de Alex: "Cómo está eso de que My Chemical se separa?". Nadie está listo para recibir algo así. "Seguro es rumor, quién dijo? Dame una fuente". A continuación me envió el vínculo a la página oficial de My Chem. Tuve que esperar hasta volver a casa, no podía leer eso en la calle. Regresé con mi madre, llegamos a casa, abrí la página en el celular y me sostuve de una silla. Era verdad.
Un párrafo. Sentí el nudo en la garganta, la falta de aire, las manos frías sujetándome por los hombros. Le dije a mis padres y subí a mi cuarto a calmarme: en menos de 24 horas estaría frente a Yellowcard y debía concentrarme en ello. Nadie puede decir que como administradora de street teams no soy una profesional (el sábado rockeó y las administradoras de Yellowcard México somos lo máximo, pero es otra historia). Intenté no pensar en todo lo que sentía. Avisé por mensajes a mis amigos que también son fans y que probablemente no se habían enterado todavía. Evité Twitter un rato pero sucumbí y en lugar de tuitear mi miseria me dediqué a escribirle mensajes de "estoy contigo" y "todo estará bien" a mis compañeros fans de My Chem que aparecían llorando en mi timeline. Somos una familia y sabremos sobrellevarlo. No pensé más. No profundicé. Esa noche vi una película con mis padres y me fui a dormir escuchando a Yellowcard, preparándome para el sábado. Lloré un poquito.
Unos días más tarde, Gerard Way (uno de mis amores platónicos intelectuales y artísticos) publicó una especie de ensayo acerca del final de la banda. Lo leí en mi oficina y tuve que obligarme a no llorar. No en público, al menos...
Quien me conoce sabe que he sido fan de My Chemical Romance durante años (desde el verano de 2005). Que he cronicado esa relación en este blog (na' más píquenle al buscador) y en Twitter y en cuanta red social ha pasado por mis manos. Saben que tengo una caja bajo mi cama donde guardo las revistas donde aparece My Chem, mis boletos de sus conciertos, las cajas de sus discos, las ediciones especiales... Saben que me he hecho ropa inspirada en ellos. Saben que poseo multitud de playeras, chamarras, accesorios. Saben que al menos dos de mis futuros tatuajes son por y para ellos. Saben que cuando me siento triste o cansada o inicia un periodo vacacional veo Life on the Murder Scene y todo mejora. Saben que esa banda llegó a mi vida en el momento preciso y la cambió para bien. Saben que entre las razones por las que me decidí a estudiar periodismo estaban la esperanza de entrevistarlos y decirles "Gracias", y la posibilidad de ser el puente entre una persona y la banda que le cambiaría la vida.
My Chemical Romance me enseñó a no tener miedo. Me enseñaron que está bien estar dañado, porque nadie es perfecto. Me enseñaron a no aceptar la basura de otras personas. Me enseñaron que somos hermosos sin importar lo que otros juzguen. Y que el futuro es a prueba de balas. Y a vivir cada aventura como si fuera la última. Y a nunca dejar de creer. Y a no avergonzarme de quien soy. Me enseñaron a no rendirme y a seguir viviendo.
Lo más cerca que estaré de publicar algo profesionalmente acerca de ellos (por ahora) fue una nota de despedida que salió en la página 42 del número 327 de la revista POR TI, donde escribe una de mis mejores amigas. Fue catártico e irónico. Y respetaron mi elección de fotos y demás detalles. Ésta es la versión completa:
El 22 de marzo, tras 12 años de carrera, casi 5 discos de estudio, 2 DVD, 4 bateristas, 2 canciones navideñas, 4 bebés, 16 videos musicales, 2 alter egos y una batalla constante contra todo tipo de etiquetas, My Chemical Romance se separó. La banda de rock más desafiante desde el 2000 se despidió con un “gracias por ser parte de la aventura”.
El luto lo comparten decenas de miles de personas de diversas edades, géneros y nacionalidades. Gente que amó su música y emuló su estilo; que donó a “Sing it for Japan” y a Shirts for a cure; que aprendió que nadie puede destruirla y ya no tiene miedo de caminar el mundo sola.
En México los conocimos como esa banda ‘rarita’ del concierto privado en octubre del 2005, como los amos de un Palacio de los Deportes repleto en el 2007 y como los activistas anti-bullying de un festival masivo en 2008. Cada recuerdo es oro: las canciones, el cabello teñido, los tatuajes en nombre de un grupo de músicos que ayudó a salvar y cambiar vidas. No volverán a componer juntos, pero su trabajo se injertó en cada fan con la promesa de nunca rendirse.
El 24 de marzo, Gerard Way se despidió con una carta más elocuente: “My Chemical Romance se acabó. Pero no puede morir. Vive en mí, en los chicos y está vivo dentro de todos ustedes. Siempre lo supe y creo que ustedes también. Porque no es una banda – es una idea”. Y recuerden, las ideas son a prueba de balas.
Gerard, Frank, Mikey, Ray. My Chemical Romance, hasta luego y buenas noches.
Gracias por el veneno.