Sin afanes literarios. El viernes huí con Nena de un asalto. El sábado manejé por el Periférico. Hoy manejé por Coapa, por el Tec... y por la sección 9B de la CTM (hace unos meses esa ruta me hubiese servido... hoy sólo me retuerce la memoria). Más tarde vi "Tienes un e-mail", uno de mis chick-flicks favoritos, mismo que no me invita al suicidio (chiste local) sino que me regala un rato de esperanza, de "encontrarás a tu Joe Fox particular, calma". Finalmente, hace una hora, descubro perdido a mi bebé Dedo (un perrito-llavero que colgaba de mi mochila desde hace 3 años). Quiero pensar que responde a mi teoría de que nuestros objetos más preciados funcionan como protectores, por eso se pierden o rompen súbitamente. Quiero pensar que Dedo (a quien amaba) me protegió el fin de semana completo. Entonces, un minuto de silencio por mi pequeño perro muerto.
"¡Ven, quiero oír tu voz
Y si aún nos queda amor,
impidamos que esto muera!
¡Ven, pues en tu interior
Está la solución
De salvar lo bello que queda!"
-La costa del silencio, Mago de Oz.
Escribo desde que descubrí que se podía. Aquí va de todo: mis obsesiones, mis detrás de cámaras, mis experimentos.
domingo, septiembre 27, 2009
lunes, septiembre 14, 2009
Cinta negra para la niña azul
Esta noche el metal gótico me sirve de lugar feliz. Me escondo en las cuerdas del violín y sueño. Vivo una vida distinta dentro del onirismo etéreo que evocan en mis uñas las notas y la voz de una perfecta desconocida que esta noche besa cada centímetro de mi cara.
Mis pupilas se disuelven en los brazos cansados de una sombra sólida sentada a mi lado. La penumbra oculta su mirada de la mía, pero reconozco la tibieza de las palmas y esa ligera raspadura en la respiración. El cielo llora sobre todos nosotros, por nuestra propia causa. Levanta una mano y la coloca sobre mi frente, movimiento agresivo colmado de dulzura. Suspiro una dos cuatro veces, y con el aliento se van los cánceres que me pudrían el alma. El universo se me revuelve en la garganta y me golpea los párpados, tiemblo. La música huye de mis audífonos y ocupa el aire, puedo verla elevarse como el humo de mi primera bocanada de tabaco.
El pesar se me desliza hasta las rodillas, lentamente recupero una paz que no sentía desde el principio de la eternidad. A mi lado, la sombra recarga su cabeza sobre mi hombro y coloca uno de sus brazos alrededor de los míos. Me encadena a sus latidos y puedo sentir su sangre pulsando entre mis labios. No hay frío. Tampoco calor. Sólo una niebla plateada que me infla los pulmones.
Abro la boca y la música me llena la lengua con café tostado, esa voz aguarda el momento oportuno para abrazarme de nuevo. Se acerca, cautelosa, para no perturbar mi sueño. Siento las puntas de sus dedos rascándome la nuca, amorosas. Lejos escucho el rugido afable del trueno, sus luces blancas juegan y me invitan a bailar. No reúno fuerza para levantarme. Shh, shh. Calla, recuéstate y déjame arrullarte. Dimito. Me pierdo en el ciclón pacífico de mi sombra, me dejo caer con sus alas acariciando mi espalda.
Duermo... profundo. Un murmullo en la oscuridad. Los ojos brillan, trémulos, una vez más. Se terminó el dolor.
Mis pupilas se disuelven en los brazos cansados de una sombra sólida sentada a mi lado. La penumbra oculta su mirada de la mía, pero reconozco la tibieza de las palmas y esa ligera raspadura en la respiración. El cielo llora sobre todos nosotros, por nuestra propia causa. Levanta una mano y la coloca sobre mi frente, movimiento agresivo colmado de dulzura. Suspiro una dos cuatro veces, y con el aliento se van los cánceres que me pudrían el alma. El universo se me revuelve en la garganta y me golpea los párpados, tiemblo. La música huye de mis audífonos y ocupa el aire, puedo verla elevarse como el humo de mi primera bocanada de tabaco.
El pesar se me desliza hasta las rodillas, lentamente recupero una paz que no sentía desde el principio de la eternidad. A mi lado, la sombra recarga su cabeza sobre mi hombro y coloca uno de sus brazos alrededor de los míos. Me encadena a sus latidos y puedo sentir su sangre pulsando entre mis labios. No hay frío. Tampoco calor. Sólo una niebla plateada que me infla los pulmones.
Abro la boca y la música me llena la lengua con café tostado, esa voz aguarda el momento oportuno para abrazarme de nuevo. Se acerca, cautelosa, para no perturbar mi sueño. Siento las puntas de sus dedos rascándome la nuca, amorosas. Lejos escucho el rugido afable del trueno, sus luces blancas juegan y me invitan a bailar. No reúno fuerza para levantarme. Shh, shh. Calla, recuéstate y déjame arrullarte. Dimito. Me pierdo en el ciclón pacífico de mi sombra, me dejo caer con sus alas acariciando mi espalda.
Duermo... profundo. Un murmullo en la oscuridad. Los ojos brillan, trémulos, una vez más. Se terminó el dolor.
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