domingo, enero 25, 2009

ya nada será igual (Amor no es Roma)

Jardín de siluetas,
epifanías innecesarias robándome la piel.
Llamados inútiles de cifrar
de boca en boca atinando
pecados envueltos en sudarios de sal


Selene calla
mi corazón entra en coma
desaparece el asueto
no hay más destellos de azar
ni música en la ciudad.
Los milagros no llevan a Roma
ni los caminos recuerdan
tratados de paz ni de guerra
entre manos-miradas
y el canto de tus sirenas.

La espiral de mi silencio avanza,
ejército homicida de un palacio en llamas.
Mis reyes y tus reinas claudican
abdican
renuncian
se matan
devuelven la corona de espinas de rosa,
se calzan las zapatillas últimas de la necesidad.
Con tacones de concreto se lanzan al mar.
 
Los narcisos despiertan al paso de la sombra,
se iluminan, danzan apacibles un ensueño de misericordia.
Evapora tu aliento el rocío,
se hunden mis palabras en el plomo-invierno
agriétanse mis labios
sangran mis córneas el espeso vino de lo que nunca será:
Atado de mareas rojas, negras y lunanuevas mitómanas,
mil mariposas secretas suicidándose en un dedal.

Hormigas, línea de producción
monógama, polígama, oligarca
fratricida
el amor de igual a igual
que siempre se anuncia pero no juega más
¿para qué esperar?
ni uno ni lo otro ni quince ventanas más
ensuciémonos para olvidar.

Caro mío, bambino,
mon amour
mai lob
quoi?
it was never gonna end
and
then
it
actually
did
.
.
.

mío no es tuyo pero sí suyo
pero no más ni menos
lo mismo cuando aparentamos sollozar
corazón alias mi vida
dejemos de soñar
ni tú ni yo
ni ellos
ni nada
ni nadie
el mundo no se acabará
aunque para las orquídeas susurrantes
ya nada será igual

martes, enero 06, 2009

Palabras sinceras

La noche me rodea como una manada de lobos hambrientos. Soy un pequeño punto blanco en el centro de un cuadro muy grande, apenas una niña con un camisón de manta, vagando en la nada. Las puertas se cierran sobre mí, las ventanas disminuyen, me roban el aire y un cuervo devora mis suspiros, nutriéndose de mi temor y mi desesperanza. Me sofoca el silencio de mi metro y medio de altura. El ruido ambiental me recuerda que cuando todo termine, el mundo no dejará de moverse. Una, dos, tres mil quinientas cuarenta y cuatro muertes no paran la danza cósmica de la Tierra sobre su eje.
El invierno me aplasta la sien izquierda, escribir en estas condiciones es como jugar a la ruleta rusa con una pistola de clavos. La ansiedad carcome el barniz rojo de mis uñas, me prometo cortarlas para evitar romperlas accidentalmente entre las teclas. Al mismo tiempo sé que es otra promesa para archivar en el cajón de mis pequeñas traiciones personales. Abandono el escritorio y salgo al patio, enciendo un cigarro. Me quedo mirando el cerillo hasta que me chamusca la punta de los dedos, tiro el palito carbonizado. Este tabaco huele a ti, por eso no fumo mentolados.
Recuerdo la primera bocanada de humo que tragué, estabas de pie a mi lado, mirándome con ojos de vaca enseñándole a su becerro a caminar. No recuerdo si era una tarde de abril o una noche de septiembre ni sé a dónde fuimos después, pero nunca olvido la intensidad del cariño irradiado desde ese par de brasas hacia mí. Algunas veces siento de nuevo esa mirada de silenciosa valoración, hundiéndose en mi nuca y tejiendo trenzas con mis pensamientos.
Busco en las bolsas de la chamarra el par de audífonos, los conecto a mis oídos. Sigo el cable hasta el bloquecito metálico con su gigabyte de música abarrotado. Play. Blue Veins, The Raconteurs. Súbitamente me atrapan tus brazos, la noche seca se entibia, mis dedos chamuscados se pegan a tu espalda. Tu voz de pasiflora cosquillea en mi cuero cabelludo, abriéndose camino rumbo a mi espina dorsal. Me acurruco en tu pecho, tus alas de mamá gallina protegiéndome de los aullidos del mundo exterior. Me secas las lágrimas antes de sentirlas sobre mi propia piel, una de tus manos acaricia el cabello detrás de mi nuca.
"Todo va a estar bien," susurras. Yo sólo me pego más a tu cuerpo, deseando como no he deseado otra cosa nunca, deseando con la inocencia de un niño el 5 de enero, deseando como el moribundo una cura, que por una vez, por esta única noche brumosa, cuando se termine la canción, el abrazo permanezca.